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BRINDEMOS POR EL 
AGUILUCHO CENIZO

URPA: UNA SUMA ORIGINAL DE COMPLICIDADES

Hace tres años, Lluís Culleré me llamó para proponerme que diseñara la etiqueta de una cerveza “para proteger al cenizo”. La idea era de un amigo suyo, agente rural, un tal Miki. ¿Cómo? ¿Qué? ¿Quién?

 

En aquel momento no podía imaginar hasta qué punto aquella llamada me llevaría a formar parte de una historia, la de la protección del aguilucho cenizo (Circus pygargus). Una aventura con muchos protagonistas, con roces y complicidades, obstáculos y aciertos. Como ocurre a menudo en el mundo de la conservación de la biodiversidad, sobre todo en contextos agrarios, con tensiones y pruebas que superar año tras año, cosecha tras cosecha. Pero, en este caso, con unos resultados, a pesar de las dificultades y la envergadura del reto, bastante exitosos.

 

Y con una idea loca y fresca de Miki para brindar y celebrarlos: la cerveza Urpa.

Con la excusa y el hilo conductor de la cerveza Urpa, hicimos un documental que ha supuesto infinitas horas de campo, de conversaciones y de entrevistas con todos los actores implicados en la conservación del aguilucho cenizo. Cada uno con su parcela de realidad vivida, con su historia. Como observador privilegiado, me permito contaros brevemente la historia que une el aguilucho cenizo con este amplio abanico de personajes.

 

El aguilucho cenizo es una rapaz de tamaño mediano, esbelta y ligera, que vive en ambientes abiertos de llanura, donde vuela incesantemente a baja altura buscando presas: pequeños roedores, pájaros, lagartijas e insectos grandes, como saltamontes. Pasa el invierno en África –en el Sahel– y regresa aquí para criar a partir de finales de marzo. Hace el nido en campos de cereales, donde sus huevos y pollos crecen con la amenaza de ser triturados por una cosechadora: los mismos agricultores que los acogen pueden ser, involuntariamente, quienes acaben con ellos. Pero de esto hablaremos más adelante.

 

Lluís Culleré –más amigo después de estos tres años de aventuras compartidas– no es tan esbelto y ligero como un aguilucho cenizo, pero comparte hábitat con él: originario de Mollerussa, es técnico de fauna de la Reserva Natural de Mas de Melons y naturalista self-made. Lluís es el tipo de navaja multiusos humana que querrías en tu equipo de campo: experiencia, ingenio, pasión y una energía positiva incombustible.

 

Y Miki, como un superman boomer de rastrojo, cuando se quita el uniforme de agente rural y se pone la camiseta gastada de “Salvemos al aguilucho cenizo” –no necesita capa–, se convierte en un incansable activista ultralocal: tanto para salvar los preciosos campos de secano de los Plans de Conill de una planta de compostaje ilegal como para inventarse una cerveza para ayudar a proteger una rapaz amenazada. Porque de esto va esta historia.

 

Y, finalmente, yo, Toni Llobet – también me presento–, soy dibujante naturalista: no pinto mucho pero ilustro bastante, también diseño un poco –la etiqueta de la Urpa, por ejemplo– y hago algún que otro documental, como el de la Urpa.

UNA PROTECCIÓN QUE VIENE DE LEJOS

El aguilucho cenizo cría en el suelo entre la vegetación en zonas de llanura. La ocupación casi total de estos sectores por parte de la agricultura lo ha obligado a construir los nidos dentro de los cultivos herbáceos, sobre todo en la Europa occidental, más humanizada. No cría en los campos de cereales por gusto, sino que se ha visto obligado a hacerlo como consecuencia de la transformación de los que debieron de ser, en tiempos casi prehistóricos, herbazales y matorrales, originariamente mantenidos por grandes herbívoros salvajes o por fuegos espontáneos.

 

El hecho de que hoy asociemos al aguilucho cenizo con los ambientes cerealistas –me gusta insistir en ello– es una adaptación de la especie para intentar sobrevivir en unos ambientes que han sustituido su hábitat original. Sin embargo, en algunos lugares de nuestra geografía, como el Empordà, el Montsià y la Comunidad Valenciana, varias parejas crían en matorrales abiertos, ambientes naturales sin actividad agrícola ni la problemática que de ella se deriva. Pero, desde Polonia hasta Andalucía, la mayoría de las parejas de cenizos anidan en los campos de cultivo, donde están en peligro por la presión de la recolección mecanizada, cada vez más rápida y temprana. Desde hace al menos medio siglo, la especie está sufriendo una disminución brutal, hasta el punto de estar en peligro de extinción en algunos países, como Portugal –como lo estuvo en Catalunya–, y en una situación precaria en todas partes, salvada solo por las acciones de protección activa.

 

En Francia fueron pioneros y, ya en los setenta, los hermanos Terrasse –precursores en la protección de las aves rapaces a través del Fond d’Intervention pour las Rapaces– empezaron a informar a los agricultores sobre la problemática y a proteger los nidos de la siega. Inspirado por esta iniciativa, en el Empordà, Jordi Sargatal, otro pionero, encabezó unas primeras acciones de rescate de pollos, de información a los campesinos y de divulgación en los primerísimos años ochenta.

 

En paralelo, en la zona de Lleida, unos jóvenes ornitólogos empezaban a cartografiar las aves esteparias para el primer atlas de aves nidificantes de Catalunya. En unos ambientes hasta entonces casi desconocidos como paraíso ornitológico, descubrieron –además de sisones, gangas y calandrias– al aguilucho cenizo anidando en los campos de cereales. Y fueron testigos directos de su destrucción bajo las cosechadoras. Esto motivó la puesta en marcha de las primeras campañas para localizar y proteger los nidos bajo la dirección de Xavier Parellada, técnico de los incipientes servicios de protección de la naturaleza de la Generalitat de Catalunya. Aunque consiguieron convencer a algunos agricultores de dejar una pequeña mancha sin segar alrededor de los nidos, todos acababan fracasando, a menudo por predación. Joan Estrada, el más incombustible de aquellos pajareros de secano y hoy referente de la ornitología catalana –“el maestro”, le llamamos los muchos que así lo consideramos–, recuerda aquella etapa de intentos por proteger al cenizo como una mezcla de voluntarismo y desastre.
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